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martes, 13 de agosto de 2013

Reflexiones de Blas Infante y sobre Blas Infante


Salvador Távora 11/8/13 Eco Republicano
A Blas Infante le importó sobre todo, Andalucía. Por encima de partidos y tendencias. Más allá de conceptos y perspectivas de clases. Y de ahí su compromiso y su muerte. Y esa es, pienso, la razón fundamental del compromiso con la historia y el futuro de nuestra tierra, que ha cargado Infante sobre los hombros de cuantos amamos a esta maltratada Nación que limita al norte con Castilla y Levante, al Oeste con Extremadura y Portugal, al este con el mar Mediterráneo y al Sur con el mismo mar, el estrecho de Gibraltar y el Océano Atlántico.

Infante fue un hombre más del mañana que del ayer
Más empeñado en situarse entre la verdad popular que entre las élites frías y calculadoras. Infante es una figura sangrante y valiosa que tenemos que rescatar del manejo inmovilista que hacen de su obra, de su vida y de su muerte minorías intelectuales, para las que Infante es sólo un tema de estudio o cuando mucho un frustrado pasado con símbolos. El impulso vital de Infante fue el amor desmedido a su tierra y a sus gentes. No hay más noble impulso para la revolución que el amor. Y porque no hay revolucionario sin amor, Infante fue un apasionado revolucionario.

Del amor a su tierra y a sus gentes, Infante pasa a la más radical de las posturas de izquierda que puedan darse: “Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad” dice en el himno lanzado al aire en 1918. Y en estas frases podemos encontrar la solución al viejo problema que, hoy en nuestros campos, están sufriendo, humillados con esporádicas ayudas insuficientes, una mayoría de jornaleros andaluces, acobardados, impotentes, sin más arma para la protesta que un voto cada cuatro años, ineficaz hasta nuestros días por la vocación centralista de nuestros más valiosos y lúcidos líderes políticos. El voto de la supervivencia o de la resignación de siglos. La resignación de siempre.

Ese Blas Infante duro, al que quieren enterrar entre las banderas de seda verdes y blancas y perfumes caros, y saludos hipócritas en los grandes fastos sociales, ese Infante es al que tenemos que rescatar, descubrir y mostrarlo como era. El que, alzándose como un torero solo en el centro del ruedo ante el toro del poder del clero y de la monarquía antiparlamentaria del siglo XV, decía: “Hay dos especies de comunistas. Comunistas del trabajo propio y comunistas del resultado del esfuerzo ajeno. Comunistas que aspiran a dar y comunistas que esperan recibir”. “Somos o aspiramos a ser comunistas de la primera especie. Y decimos, aspiramos a ser, porque nuestra modestia se resiste a conferirnos el máximo honor de poder calificarnos con este nombre de comunista, expresión cuyo concepto verdadero es la esencia de una pura y excelsa santidad”.

Este es el Infante ocultado al pueblo Andaluz. 
El Infante que se saldría de las letras que con su nombre rotulan algunas calles y de la quietud de piedra de sus escasos monumentos, para ponerse al frente, con su blanca y verde entre las manos de los que viven hoy de una limosna social con aire de distribución progresista. Porque estos jornaleros de hoy, son herederos de aquellos por los que Infante murió.”

En el Estado Español, donde estamos encuadrados como país, como nación o como comunidad, un intolerante se puede convertir en un demócrata, un pobre puede ser rico y un rico puede volverse pobre, un militante de la derecha de siempre puede pasar a ser un izquierdista significativo, pero jamás un vasco podrá ser catalán, ni un gallego extremeño, ni un andaluz castellano, la importancia de la cultura hoy, tras amargas experiencias sociales, supera a las ideologías y es por esto, pienso que la cultura, tu cultura, tu pueblo, como sentía Infante, es tu más fundamental y esperanzadora ideología. En eso fue un profeta, un ideólogo de la cultura y de las señas históricas de tu identidad para andar hacia delante. Andar hacia el progreso, hacia el futuro, calzado con zapatos viejos. Esa es la más clara forma de ser un ciudadano identificable del mundo… como se ha dicho con acierto “el camino de lo universal no pasa por el desarraigo”.

Asesinato el 11 de agosto de 1936.
A los pocos días, se produjo el golpe militar que inició la Guerra Civil Española. Varios falangistas le detuvieron en su casa de Coria del Río y fue fusilado, sin juicio ni sentencia, junto a otros dos detenidos el 11 de agosto, en el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona. Cuatro años más tarde el Tribunal de Responsabilidades Políticas, creado después de la guerra, le condenó a muerte y a sus herederos a una multa económica, según un documento fechado el 4 de mayo de 1940.

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