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domingo, 26 de febrero de 2012

Teba, escenario de la segunda gran exhumación del país

El coordinador de la investigación, Juan Fuentes,
durante los primeros días de las excavaciones

Se trata, por el número de víctimas (125), de una de las investigaciones más importantes, después de la San Rafael

Lucas Martín - laopinióndemálaga.es / 26 de febrero de 2012 
El arqueólogo Andrés Fernández dirige la excavación de las fosas de represaliados del municipio.. Los trabajos coinciden con el aniversario de la Noche de los 80, en la que murieron 84 vecinos. El proyecto pretende recuperar los cuerpos de, al menos, 125 personas «Es la mayor alegría de mi vida», dice Juan Jiménez, hijo de uno de los fusilados.

A pocos metros del cementerio se oye, por fin, tímidamente, el sonido de la tierra revuelta. Andrés Fernández, arqueólogo, se muestra optimista. Los indicios apuntan al lugar testimoniado por los mayores del pueblo. Justamente entre la espesura de la arenisca, en una extensión dura, seca, podrían encontrarse los enterramientos de Teba. Después de más de setenta y cinco años, ha comenzado la investigación. La segunda más importante que se desarrolla en España, una vez concluidas las del antiguo cementerio de San Rafael, en Málaga.

El equipo de Fernández busca los cuerpos de alrededor de 125 personas, fusiladas entre 1937 y diciembre de 1949. Es la memoria negra del oeste de Antequera, destapada en estos días a golpe de pala, pero también por una fecha que todavía ruge como una ventisca frente al silencio de las casas. La investigación, cuenta el arqueólogo, ha coincidido con el aniversario de lo que en el municipio se conoce como la Noche de los 80, la madrugada que corrió entre el 23 y 24 de febrero de 1937, en la que fueron ejecutados 81 hombres y 3 mujeres en el camposanto.

Cuenta Francisco Espinosa, de la Asociación contra el Silencio y el Olvido, por la Memoria Histórica, que Teba, al igual que Casabermeja, tenía fama de pequeña Rusia al comienzo de la guerra. Se había convertido, como muchas otras zonas de campo, en un lugar en el que los campesinos ensayaban fórmulas de autoabastecimiento, menos por ideología que por la necesidad de abatir el hambre. Con esos antecedentes, la represión se presumía feroz. Durante su estudio de los archivos relacionados con San Rafael, Espinosa, localizó los nombres de 61 fusilados en Teba, un número que se ha ampliado hasta los 125 actuales.

La historia de los inhumados en el cementerio municipal abarca un periodo extenso, surge con la entrada de las tropas nacionales, y llega al filo de los cincuenta, con los fusilamientos de las partidas de maquis. En septiembre de 1936, con las balas de la Falange encimando el pueblo, miles de habitantes de Teba huyeron hacia la sierra. La mayoría se refugió en las fincas de Casarabonela durante casi seis meses, otros continuaron la caminata. Se dieron casos de huidos que participaron en la resistencia francesa, o que, incluso, murieron degollados por la locura de los nazis. Muchos, sin embargo, siguieron el trampantojo agitado por los regulares fascistas. Después de la toma de Málaga, se anunció que todos aquellos que no hubieran cometido delitos de sangre podrían regresar a sus casas.

La caravana de los huidos comenzó a agolparse a la entrada del pueblo el 12 de febrero. Juan Fuentes, coordinador de la investigación, relata el rumor de los rifles en las calles de Teba. La mayoría de los hombres fueron apresados y conducidos a cárceles espontáneamente alzadas en las antiguas viviendas. Algunos, los menos, explotaron sus contactos y consiguieron salir liberados. El destino que les esperaba el resto empezó a aclararse y a la vez ensombrecerse apenas once días más tarde. La noche del 23 de febrero se produjeron los asesinatos, en grupos de diez, incluida una mujer embarazada.

La tierra que ahora pisan los arqueólogos fue testigo de la matanza. Se vivieron momentos atroces. Fernández cuenta el caso de una de las víctimas que, mientras agonizaba, con metralla en el cuerpo, acertó a morder el tobillo del verdugo que se apresuraba a darle el tiro de gracia. Meses más tarde el pistolero murió, con la pierna devorada por la gangrena, infectada.

Eduardo Jiménez fue uno de los que se rebeló. Su hijo, Juan, que apenas tenía seis meses en la noche de la masacre, cuenta lo que otros le han relatado, la negativa de su padre a seguir caminando. Lo mataron a su regreso de Casarabonela. Era jornalero y estaba convencido de su inocencia. «Que se saque la fosa es la mayor alegría que me han dado en la vida. Ay, si lo viera mi madre», comenta emocionado.

Al lado de la hondonada, mientras empiezan a sonar las palas, Francisco González, exalcalde del municipio, se ha convertido en otro de los que esperan. Su abuelo, vigilante de una finca, fue de los primeros represaliados en perder la vida, el 25 de octubre de 1936, pocos días después de la irrupción sangrienta de los nacionales. El delito, distribuir la comida que sobraba en el cortijo. El patrón lo denunció. Su tía se lo hizo saber en un papel arrugado, escondido en el filtro del café que le llevaba a la cárcel. «En mi casa nunca se habló. Perdonar, se perdona, otra cosa es que pueda olvidarse. Era inocente, no se merece quedar en la cuneta mientras el resto tiene sus nombres en las lápidas», indica.

Los trabajos, financiados por el Gobierno y respaldados por el Ayuntamiento, se prolongarán entre 4 ó 5 meses. «Claro que hay que remover la tierra. Removerla para sacarlos», dice Jiménez.

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