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viernes, 3 de enero de 2014

El silencio de Juliana salvó al Topo de Mijas


Manuel Cortés, último alcalde de Mijas en la II República, se vio obligado tras estallar la Guerra Civil a huir para sobrevivir

02.01.2014
En la imagen de arriba: María de la Peña posa junto a la radio en la que su abuelo, el Topo de Mijas, escuchó en 1969 que el régimen amnistiaba los delitos cometidos durante la Guerra Civil. En la de abajo: Manuel Cortés escucha esa misma radio en su casa de Mijas.
 
En 1969 saltó la noticia de que el alcalde del malagueño pueblo de Mijas había aparecido tras 30 años sin saber absolutamente nada de él. De lo que nadie en el pueblo se percató en todo este tiempo es de que se escondía en su propia casa, en el centro del pueblo, ayudado aconsejado y asistido en cada instante por Juliana Moreno, su esposa, quien tuvo que soportar durante años fuertes interrogatorios de la Guardia Civil, las reprimendas y una pregunta retórica: «¿Dónde está tu marido?». «A mi abuela la marearon noches y noches. Estaba acostada y le decían que tenía que acudir al cuartel», cuenta la nieta María de la Peña, en la misma casa donde su abuela escondió a su abuelo Manuel Cortés mientras acaricia en su regazo un buen número de periódicos, ya amarillentos, que en su día se hicieron eco de esta noticia.

Sobrevivir
Tras haber huido a Málaga y desde ahí a tierras valencianas donde se encontraba el núcleo más importante republicano, volvió una noche a Mijas tras el final de la contienda. Llamó a la puerta de la casa de su padre, quien enseguida avisó a la heroína de esta historia de amor, de perseverancia y de coraje, Juliana, su esposa, que no quiso que se entregase a la Guardia Civil y lo ocultó en el hueco tapiado de una antigua alacena. En ese momento se enterraría en vida durante más 30 años. Ya no solo Manuel Cortés correría peligro, sino también su mujer e incluso su hija María. Juliana asumiría una estrategia en la que absolutamente nada podría fallar, ni lo más mínimo. Una noche de lluvia, abandonaron la casa de su padre tras haber estado escondido cuatro años y se trasladaron a una nueva, para tener un poco más de libertad y sobre todo comodidad. Y permaneció en el piso de arriba el resto de sus días de desaparecido.

Para poder sobrevivir Juliana iba cada semana a Málaga para atender encargos que le hacían los vecinos de Mijas, estos recados eran pagados con huevos que después vendería en la capital. Los encargos de Manuel eran jabón de afeitar y cuchillas y cuando Juliana podía también le llevaba el periódico. Uno de los clientes de los huevos era propietario de una tienda, quien le propuso comprarle útiles hechos de esparto aunque «estaba prohibido cogerlo. Y mi abuela para que le hicieran la vista gorda le enviaba a las mujeres de los guardias civiles regalitos. Para que le avisaran cuando había un registro relacionado con el esparto, aunque su intención era salvaguardar a mi abuelo».

Y así poco a poco la planta baja de la casa dónde se escondía Manuel Cortés se convirtió en un negocio en el que las puertas permanecían abiertas y la afluencia de público era constante. Juliana controlaba todos los frentes: «Tenía que trabajar, ponerle buena cara a la gente, evitar sospechas, cuidar de mi abuelo, de mi madre que era una niña y de mis bisabuelos».

Uno de los peores momentos para Juliana fue cuando quedó embarazada y tuvo de practicarse un aborto», relata la nieta del Topo de Mijas. Aunque lo peor llegó cuando éste padeció un cólico nefrítico. No podía ir al médico. María Cortés, la hija, tuvo que ir al médico fingiendo los síntomas para que le recetaran los medicamentos. Fue un momento tan duro que Manuel creyó que moriría y comunicó a Juliana: «Si me muero me enterráis en el patio, no vayáis a asumir las consecuencias de haberme tenido encerrado».

El negocio del esparto prosperó y pudieron comprar una radio. «Era la única manera de tener contacto con el exterior». El 28 de marzo de 1969, escuchando la radio supo que el Consejo de Ministros había concedido el perdón para los delitos de la Guerra Civil. Manuel decidió ir al cuartel de la Guardia Civil y contar su historia, pero Juliana se opuso. Un día, al volver del colegio, María vio a su abuelo. Éste le abrazó y le dijo: «Ya puedes hablar de mí». Mijas lo acogió con sorpresa y alegría en plena transformación turística. La casa se llenó de amigos, curiosos o periodistas. Para Juliana fue una inmensa alegría, aunque también siguió alerta. Ella enfermó poco después del corazón, pero siguieron viviendo juntos varios años más su historia de amor entre el cariño y la admiración de muchos.

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