Cristóbal G. Montilla - elmundo.es-Málaga -02/04/2013
"A diferencia de las señoras en Andalucía, que piensan que es
impropio de su clase dejarse ver en público con la cesta de la compra,
yo bajo al centro de la ciudad varias veces a la semana para hacer la
compra. El mercado es un enorme edificio cubierto, situado en lo que en
su día fue un astillero árabe. Hasta hace poco tiempo el mercado
conservó su antiguo nombre de Atarazanas, palabra que procede del árabe,
dar as-sina, término que más tarde derivará en nuestra lengua la
palabra arsenal. Todavía hoy se conserva la majestuosa puerta de estilo
árabe que sirve de entrada principal al mercado. Encima del arco hay un
escudo con una inscripción en árabe que reza así: ‘No hay más
conquistador que Alá’".
Este fragmento es uno de los muchos que atravesaban el libro Malaga farm, de Marjorie Grice-Hutchinson, cuando fue publicado en Londres en 1956. Sus páginas eran, y siguen siendo, un fresco de la Málaga y la Andalucía de la posguerra que, sin embargo, estuvieron casi medio siglo sin publicarse en castellano. Hasta 2001 permanecieron abrazadas al inglés en el que se leyó entonces, mucho más allá de las fronteras en las que se habían escrito.
Finalmente, a principios del siglo XXI y con su autora en pleno epílogo vital, este revelador texto vio la luz como Un cortijo en Málaga, con el sello de la editoria Ágora y la traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón. Fue presentado en la sede malagueña de la Sociedad Económica de Amigos del País en un día casi navideño de aquel 2001, en el que la hispanista veía cumplido un sueño.
Ante su imagen de mujer extremadamente sensata, sensible y
comprometida, pensé que la literatura, como la vida, estaba repleta de
paradojas. Y eso, imagino, debió creer también la escritora británica
Marjorie Grice-Hutchinson, con la aparición, la friolera de 45
años después de su publicación en inglés, de la traducción al castellano
de una obra que viene a ser una indispensable colección de impresiones
literarias de la Málaga campesina de principios de los 50.
Este trabajo traspasaba la aportación habitual de los libros escritos por viajeros románticos y la situaba en la línea de hispanistas como Gerald Brenan, con el que compartió una estrecha amistad, pero pese a todo permaneció en el más estricto de los silencios editoriales durante décadas.
Cuando se editó en español, se habló del libro como «parte de la memoria histórica de Málaga y que la ciudad no conocía»; «un retrato repleto de impresionismo de la Málaga de posguerra»; «un bosquejo de memoria personal que se convierte en un ejercicio de recuperación del tiempo comparable a los de Marcel Proust»; o «de un libro con gran éxito en Inglaterra, que se ha convertido en rareza bibliográfico de cierto valor». Pero todos aquellos elogios no hacían más que incrementar el absurdo, y dejar claro que la realidad estaba ahí. Que el olvido y la pasividad se habían apoderado de la posibilidad de conocer en castellano una de las obras literarias que más hicieron por difundir al exterior la grandeza de Andalucía, y también sus problemas, mediante un cumplido ejercicio de observación de sus costumbres, fiestas y tradiciones.
Y es que Un Cortijo en Málaga desvela en sus páginas los entresijos de la vida rural malagueña, en una época en la que la Guerra Civil había negado la entrada en España de toda la sofisticada maquinaria agrícola.
Además, al hablar de su libro, ya nonagenaria, la voz ebria de erudición de Marjorie Grice-Hutchinson seguía elevando su mesurado tono para recordar cómo los niños de entonces caían presos de la hambruna intelectual que acechaba a la sociedad malagueña. No obstante, eran tiempos en los que las penurias económicas se tornaban en una serie de obligaciones que llevaban al indefenso menor a empezar a trabajar a edades tempranas.
Según rememoró el día en el que presentó Un cortijo en Málaga, la ayuda de los menores en los domicilios familiares «hacía que muchos de los padres ni siquiera envíase a sus hijos a la escuela».
No obstante, tal y como la mirada observadora de Grice Hutchinson patentó en este libro, el público inglés de principios de los 50 también terminó por saber que «en Málaga había algunas escuelas gratuitas, públicas o religiosas». En ellas, pese el absentismo escolar seguía siendo bastante elevado, una excesiva masificación de alumnos dejaba entrever el retraso, en comparación con otros países europeos, que dominaba esa educación española que seguía acusando los efectos de la Guerra Civil.
Asimismo, sus páginas son una oportunidad para recordar la solidaridad y la respetuosa cercanía que la hispanista siempre le brindó a los desfavorecidos. Así, una emoción y una ntensidad especial adquieren los pasajes que desprenden si interés por reivindicar el nivel cultural bastante aceptable que cultivaban con prácticas autodidactas los pastores, campesinos y obreros malagueños.
Al menos, la publicación en castellano de Málaga Farm saldó una deuda con la vinculación a la capital malagueña de la escritora británica que, desde que a los 15 años llegó de la mano de su padre, se entregó en una estrecha colaboración con los más necesitados. Y, además, mantuvo una importante vinculación con organismos e instituciones malagueñas como la Sociedad Económica de Amigos del País, el Cementerio Inglés o la Universidad de Málaga.
Sobre todo, con la institución académica, de cuyo departamento de Teoría Económica formaba parte. Su generosidad hacia la UMA que vio nacer en los 70 se vio ilustrada con especial énfasis cuando donó la finca familiar de San Julián, para que albergara uno de los centros de investigación de la institución académica.
Precisamente, se trata de un lugar que, al igual que el Cortijo de San Isabel que inspiró su obra, simboliza el amor hacia Málaga que llevó a gala la hispanista y económica. Es más, en estos terrenos se forjó el carácter filantrópico y solidario que caracterizó a su padre, George Willian Grice-Hutchinson, quien, desde 1925 a 1959, realizó muchas obras de caridad en el barrio de Churriana, trasladaba en su yate a heridos de la Guerra Civil o, incluso, llegó a fundar centros escolares para realizar una labor educativa y de escolarización entre aquellos que más lo necesitaban.
Tras realizar sus estudios de Filología Española en Londrés, la escritora británica terminó por casarse, en 1951, con el barón Ulrich von Schlippenbach, y asentarse, junto a él, en el malagueño cortijo de Santa Isabel en el que se ambienta este necesario libro.
Este fragmento es uno de los muchos que atravesaban el libro Malaga farm, de Marjorie Grice-Hutchinson, cuando fue publicado en Londres en 1956. Sus páginas eran, y siguen siendo, un fresco de la Málaga y la Andalucía de la posguerra que, sin embargo, estuvieron casi medio siglo sin publicarse en castellano. Hasta 2001 permanecieron abrazadas al inglés en el que se leyó entonces, mucho más allá de las fronteras en las que se habían escrito.
Finalmente, a principios del siglo XXI y con su autora en pleno epílogo vital, este revelador texto vio la luz como Un cortijo en Málaga, con el sello de la editoria Ágora y la traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón. Fue presentado en la sede malagueña de la Sociedad Económica de Amigos del País en un día casi navideño de aquel 2001, en el que la hispanista veía cumplido un sueño.
Este trabajo traspasaba la aportación habitual de los libros escritos por viajeros románticos y la situaba en la línea de hispanistas como Gerald Brenan, con el que compartió una estrecha amistad, pero pese a todo permaneció en el más estricto de los silencios editoriales durante décadas.
Cuando se editó en español, se habló del libro como «parte de la memoria histórica de Málaga y que la ciudad no conocía»; «un retrato repleto de impresionismo de la Málaga de posguerra»; «un bosquejo de memoria personal que se convierte en un ejercicio de recuperación del tiempo comparable a los de Marcel Proust»; o «de un libro con gran éxito en Inglaterra, que se ha convertido en rareza bibliográfico de cierto valor». Pero todos aquellos elogios no hacían más que incrementar el absurdo, y dejar claro que la realidad estaba ahí. Que el olvido y la pasividad se habían apoderado de la posibilidad de conocer en castellano una de las obras literarias que más hicieron por difundir al exterior la grandeza de Andalucía, y también sus problemas, mediante un cumplido ejercicio de observación de sus costumbres, fiestas y tradiciones.
Y es que Un Cortijo en Málaga desvela en sus páginas los entresijos de la vida rural malagueña, en una época en la que la Guerra Civil había negado la entrada en España de toda la sofisticada maquinaria agrícola.
Además, al hablar de su libro, ya nonagenaria, la voz ebria de erudición de Marjorie Grice-Hutchinson seguía elevando su mesurado tono para recordar cómo los niños de entonces caían presos de la hambruna intelectual que acechaba a la sociedad malagueña. No obstante, eran tiempos en los que las penurias económicas se tornaban en una serie de obligaciones que llevaban al indefenso menor a empezar a trabajar a edades tempranas.
Según rememoró el día en el que presentó Un cortijo en Málaga, la ayuda de los menores en los domicilios familiares «hacía que muchos de los padres ni siquiera envíase a sus hijos a la escuela».
No obstante, tal y como la mirada observadora de Grice Hutchinson patentó en este libro, el público inglés de principios de los 50 también terminó por saber que «en Málaga había algunas escuelas gratuitas, públicas o religiosas». En ellas, pese el absentismo escolar seguía siendo bastante elevado, una excesiva masificación de alumnos dejaba entrever el retraso, en comparación con otros países europeos, que dominaba esa educación española que seguía acusando los efectos de la Guerra Civil.
Asimismo, sus páginas son una oportunidad para recordar la solidaridad y la respetuosa cercanía que la hispanista siempre le brindó a los desfavorecidos. Así, una emoción y una ntensidad especial adquieren los pasajes que desprenden si interés por reivindicar el nivel cultural bastante aceptable que cultivaban con prácticas autodidactas los pastores, campesinos y obreros malagueños.
Al menos, la publicación en castellano de Málaga Farm saldó una deuda con la vinculación a la capital malagueña de la escritora británica que, desde que a los 15 años llegó de la mano de su padre, se entregó en una estrecha colaboración con los más necesitados. Y, además, mantuvo una importante vinculación con organismos e instituciones malagueñas como la Sociedad Económica de Amigos del País, el Cementerio Inglés o la Universidad de Málaga.
Sobre todo, con la institución académica, de cuyo departamento de Teoría Económica formaba parte. Su generosidad hacia la UMA que vio nacer en los 70 se vio ilustrada con especial énfasis cuando donó la finca familiar de San Julián, para que albergara uno de los centros de investigación de la institución académica.
Precisamente, se trata de un lugar que, al igual que el Cortijo de San Isabel que inspiró su obra, simboliza el amor hacia Málaga que llevó a gala la hispanista y económica. Es más, en estos terrenos se forjó el carácter filantrópico y solidario que caracterizó a su padre, George Willian Grice-Hutchinson, quien, desde 1925 a 1959, realizó muchas obras de caridad en el barrio de Churriana, trasladaba en su yate a heridos de la Guerra Civil o, incluso, llegó a fundar centros escolares para realizar una labor educativa y de escolarización entre aquellos que más lo necesitaban.
Tras realizar sus estudios de Filología Española en Londrés, la escritora británica terminó por casarse, en 1951, con el barón Ulrich von Schlippenbach, y asentarse, junto a él, en el malagueño cortijo de Santa Isabel en el que se ambienta este necesario libro.
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