Salvador Távora 11/8/13 Eco Republicano
A Blas Infante
le importó sobre todo, Andalucía. Por encima de partidos y tendencias.
Más allá de conceptos y perspectivas de clases. Y de ahí su compromiso y
su muerte. Y esa es, pienso, la razón fundamental del compromiso con la
historia y el futuro de nuestra tierra, que ha cargado Infante sobre
los hombros de cuantos amamos a esta maltratada Nación que limita al
norte con Castilla y Levante, al Oeste con Extremadura y Portugal, al
este con el mar Mediterráneo y al Sur con el mismo mar, el estrecho de
Gibraltar y el Océano Atlántico.
Infante fue un hombre más del mañana que del ayer.
Más empeñado en situarse entre la verdad popular que entre las élites
frías y calculadoras. Infante es una figura sangrante y valiosa que
tenemos que rescatar del manejo inmovilista que hacen de su obra, de su
vida y de su muerte minorías intelectuales, para las que Infante es sólo
un tema de estudio o cuando mucho un frustrado pasado con símbolos. El
impulso vital de Infante fue el amor desmedido a su tierra y a sus
gentes. No hay más noble impulso para la revolución que el amor. Y
porque no hay revolucionario sin amor, Infante fue un apasionado
revolucionario.
Del amor a su tierra y a sus gentes, Infante pasa a la más radical de
las posturas de izquierda que puedan darse: “Andaluces levantaos, pedid
tierra y libertad” dice en el himno lanzado al aire en 1918. Y en estas
frases podemos encontrar la solución al viejo problema que, hoy en
nuestros campos, están sufriendo, humillados con esporádicas ayudas
insuficientes, una mayoría de jornaleros andaluces, acobardados,
impotentes, sin más arma para la protesta que un voto cada cuatro años,
ineficaz hasta nuestros días por la vocación centralista de nuestros más
valiosos y lúcidos líderes políticos. El voto de la supervivencia o de
la resignación de siglos. La resignación de siempre.
Ese Blas Infante duro, al que quieren enterrar entre las banderas de
seda verdes y blancas y perfumes caros, y saludos hipócritas en los
grandes fastos sociales, ese Infante es al que tenemos que rescatar,
descubrir y mostrarlo como era. El que, alzándose como un torero solo en
el centro del ruedo ante el toro del poder del clero y de la monarquía
antiparlamentaria del siglo XV, decía: “Hay dos especies de comunistas.
Comunistas del trabajo propio y comunistas del resultado del esfuerzo
ajeno. Comunistas que aspiran a dar y comunistas que esperan recibir”.
“Somos o aspiramos a ser comunistas de la primera especie. Y decimos,
aspiramos a ser, porque nuestra modestia se resiste a conferirnos el
máximo honor de poder calificarnos con este nombre de comunista,
expresión cuyo concepto verdadero es la esencia de una pura y excelsa
santidad”.
Este es el Infante ocultado al pueblo Andaluz.
El Infante que se saldría de las letras que con su nombre rotulan
algunas calles y de la quietud de piedra de sus escasos monumentos, para
ponerse al frente, con su blanca y verde entre las manos de los que
viven hoy de una limosna social con aire de distribución progresista.
Porque estos jornaleros de hoy, son herederos de aquellos por los que
Infante murió.”
En el Estado Español, donde estamos encuadrados como país, como nación o
como comunidad, un intolerante se puede convertir en un demócrata, un
pobre puede ser rico y un rico puede volverse pobre, un militante de la
derecha de siempre puede pasar a ser un izquierdista significativo, pero
jamás un vasco podrá ser catalán, ni un gallego extremeño, ni un
andaluz castellano, la importancia de la cultura hoy, tras amargas
experiencias sociales, supera a las ideologías y es por esto, pienso que
la cultura, tu cultura, tu pueblo, como sentía Infante, es tu más
fundamental y esperanzadora ideología. En eso fue un profeta, un
ideólogo de la cultura y de las señas históricas de tu identidad para
andar hacia delante. Andar hacia el progreso, hacia el futuro, calzado
con zapatos viejos. Esa es la más clara forma de ser un ciudadano
identificable del mundo… como se ha dicho con acierto “el camino de lo
universal no pasa por el desarraigo”.
Asesinato el 11 de agosto de 1936.
A los pocos días, se produjo el golpe militar que inició la Guerra Civil
Española. Varios falangistas le detuvieron en su casa de Coria del Río y
fue fusilado, sin juicio ni sentencia, junto a otros dos detenidos el
11 de agosto, en el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona.
Cuatro años más tarde el Tribunal de Responsabilidades Políticas, creado
después de la guerra, le condenó a muerte y a sus herederos a una multa
económica, según un documento fechado el 4 de mayo de 1940.
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