Voy
todos los días. Desde que hicimos las catas y las cerramos dejando todo
tal como estaba no he podido dejar de ir ni un solo día. Casi siempre
por la tarde a última hora, aunque también por la mañana, y algunos días
dos veces. Antes de la investigación yo pensaba que ya había tenido
todo el dolor que se podía tener por el asesinato del abuelo que no
había conocido vivo, pero que había conocido por los relatos de mi
abuela, su viuda, en el camino que tan a menudo haciamos desde la calle
Puya hasta las fosas del cementerio.
Ahora
cuando subo la calle La Bola hasta el parking y la avenida de la
estación me recuerdo que allí terminaba Ronda. Luego casi todo era campo
con algunas pocas casas dispersas y llegando al paso nível me
deslumbraba el verdor de los campos de cereales. Según la época había
más o menos flores. Las cañas del trigo me superaban en altura. Era otro
trigo. Y cada día voy recordando todos aquellos pasos y palabras que mi
abuela dejaba caer en mis oidos, no sé si queriendo o
involuntariamente, pero que me ayudaron mucho a saber como era el mundo,
mejor dicho la sociedad, porque el mundo, antes o ahora es el que es y
somos nosotros, la sociedad, que lo hacemos grato o nefasto.
Junto
a la gran dolencia con la que hemos vivido toda la vida los que
sabiamos que nuestros familiares estaban allí tirados amontonados
revueltos después de haber sido asesinados hay ahora otro dolor: haber
comprobado que están ahí, haber estado tan cerca, haber visto algunos de
sus restos y no haber podido sacarlos para enterrarlos dignamente. Ha
sido muy doloroso haber tenido que cerrar las catas, esas ventanas por
las que hemos visto un poco del horror de 1937.
Pero
está el consuelo de saber que los rondeños y serranos hemos comenzado
el camino para recuperar la verdad, la justicia y la reparación. Y
también la alegría/tristeza que hemos visto en aquellos que han estado
en el cementerio para preguntar si sabiamos algo de sus familiares
obligadamente desaparecidos por la fuerza de sus domicilios con
nocturnidad y alevosía. Nos hemos sentido útiles cuando hemos sido
capaces de encontrar datos de y comunicarlo a sus familiares. Gente que
ha estado 76 años sin saber qué había sido de su padre, su tío, su
hermano, su abuelo, que se lo habían llevado una tarde/noche/madrugada
para unas preguntas y ya no habían vuelto, ni nadie les dio ninguna
razón, ni esperanza, ni desesperanza, nada. Desaparecidos. Como si no
hubieran existido. Pero eran nuestros familiares, a través de los cuales
habiamos recibido la vida, y no podiamos olvidarles. Hombres y mujeres
jóvenes, llenos de vida y de ilusión que lucharon contra la negritud del
fascismo por un mundo justo, sano y equilibrado.
Para
algunos de estos familiares ya hemos tenido respuesta y se han
emocionado y han llorado. Nosotros también. Y hemos pasado muchas noches
sin dormir, pero es una gran satisfacción saber que como decía Winston a
su verdugo en la novela “1984” de George Orwell: “De un modo o de otro
fracasareis... al final sereis vencidos. Antes o después os verán como
sois... Hay algo en el universo, algún espíritu, algún principio, contra
lo que no podréis”.
Todos
estos pensamientos me acompañan cada día en el camino a las fosas junto
con la inquietud de poder encontrar todos los documentos necesarios
para dar respuesta a tantos hombres y mujeres que llevan toda su vida
con un interrogante y una herida en su ánima.
Ahora
tenemos dos retos en la asociación: recibir la ayuda necesaria para las
exhumaciones y buscar los medios que nos permitan hacer el
monumento-mausoleo de la verdad, la justicia y la reparación de Ronda.
Francisco Pimentel
Asociación Memoria Histórica de Ronda
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