Nuestra obligación, ética y moral, el restituir la dignidad, el honor y el buen nombre de todos y todas los asesinados y asesinadas, frente a quienes intentaron e intentan mancillar y borrar de la memoria colectiva de nuestra España.
Eduardo J. del Rosal Fernández. Memoria Histórica del PCA de Málaga 07/02/2015
Mundo Obrero.es
En la mañana del día 8 de febrero entraban en la capital malagueña, sin apenas resistencia, las avanzadillas de las tropas “moras” y falangistas que mandaba el coronel Borbón. Al mismo tiempo tres columnas motorizadas italianas se internaban en la ciudad por diferentes lugares y a las que se unieron tropas desembarcadas de los buques franquistas que fondeaban en el puerto y que apenas unas horas antes habían estado bombardeando Málaga. A las 5 de la tarde las diferentes tropas de ocupación fascista desfilaban “victoriosas” sobre las calles de la Málaga republicana, Málaga la Roja.
Finalizaban sietes meses de acoso, de bombardeos indiscriminados, de las penurias de una ciudad cercada (el desabastecimiento de bienes básicos de consumo y medicinas, las carencias de ropas de abrigo y calzado, etc.).
A estas difíciles circunstancias se les unió desde un principio una enorme marea humana de refugiados que huían del horror fascista, llegaban de los diferentes pueblos de la provincia y de otras ciudades andaluzas ya tomadas por los rebeldes, y que a una ciudad de unos 200.000 habitantes llegaron cerca de 90.000 refugiados.
Las autoridades republicanas, a cuyo frente estaba el Comité de Alojamiento que presidía la comunista Lina Molina, en todo momento intentaron hacer frente a este problema humanitario, con más voluntarismo que eficacia ante la escasez de medios, y buscaron en primer lugar alojamiento, habilitando para los refugiados viviendas, hoteles, cuarteles y edificios religiosos, para conseguir albergar a esta marea humana. Pero el hacinamiento y la falta de salubridad e higiene convirtieron muchos de estos recintos, como la propia Catedral o la Iglesia de Santiago, en espacios donde se propagaban las enfermedades infectocontagiosas, situándose la ciudad al borde de epidemias, que ocasionaron la muerte de innumerables niños y ancianos principalmente, y que no fueron a mayor debido a la gran labor del doctor republicano Aurelio Ramos Acosta, que posteriormente sería fusilado.
Apenas unas horas antes de la caída de Málaga, y dada la orden de retirada de las fuerzas milicianas, mal equipadas y peor armadas, de los diferentes frentes malagueños, la gran mayoría de la población malagueña y las decenas de miles de refugiados, llegando a calcularse entre 120.000 y 150.000 personas, sintiéndose amenazadas ante las atrocidades que contaban los refugiados de otras poblaciones ocupadas, decidían huir por el único camino posible, la Carretera de Almería. Allí padecieron el terrible calvario de los bombardeos de la aviación y la flota fascista, mientras eran perseguidos por las fuerzas motorizadas italianas, dejando un sendero de miles de cadáveres a lo largo de los cerca de 200 kms. de difícil y terrible camino.
Estos hechos son recordados por Adolfo Sánchez Vázquez: “...las calles que conducían a la carretera se llenaron de gentes que pronto se convirtieron en una multitud heterogénea de hombres y mujeres, ancianos y niños. Iban cargados con todo lo que podían: mantas, colchones, maletas, bultos diversos. La inmensa mayoría se trasladaba a pie, muchos en burros, menos en caballo y menos aún en coches atestados. Pero, en los rostros de todos se expresaban los mismos sentimientos: de ansiedad e incertidumbre(...) y mientras tanto no sólo se hacen presentes los cañones desde el mar, sino otros dos aliados del dolor y la muerte: el hambre y el frío…
...El cielo –el límpido cielo andaluz- es ahora el tenebroso espacio del crimen, desde el cual los trimotores alemanes tiñen la tierra de sangre. Y, por si fuera poco esta alianza del terror del cielo y del mar, en tierra los tanques pisan los talones de los últimos fugitivos de la caravana. Y con esta espantosa convergencia de la muerte por mar, tierra y aire, la columna fugitiva se estremece y estrecha cada vez más. Como fantasmas en la noche última, se arrastran los cuerpos con los pies sangrando, los pulmones secos y las bocas jadeantes, pronunciando una sola palabra que se repite débilmente: Almería, Almería, Almería…”
Finalizaban sietes meses de acoso, de bombardeos indiscriminados, de las penurias de una ciudad cercada (el desabastecimiento de bienes básicos de consumo y medicinas, las carencias de ropas de abrigo y calzado, etc.).
A estas difíciles circunstancias se les unió desde un principio una enorme marea humana de refugiados que huían del horror fascista, llegaban de los diferentes pueblos de la provincia y de otras ciudades andaluzas ya tomadas por los rebeldes, y que a una ciudad de unos 200.000 habitantes llegaron cerca de 90.000 refugiados.
Las autoridades republicanas, a cuyo frente estaba el Comité de Alojamiento que presidía la comunista Lina Molina, en todo momento intentaron hacer frente a este problema humanitario, con más voluntarismo que eficacia ante la escasez de medios, y buscaron en primer lugar alojamiento, habilitando para los refugiados viviendas, hoteles, cuarteles y edificios religiosos, para conseguir albergar a esta marea humana. Pero el hacinamiento y la falta de salubridad e higiene convirtieron muchos de estos recintos, como la propia Catedral o la Iglesia de Santiago, en espacios donde se propagaban las enfermedades infectocontagiosas, situándose la ciudad al borde de epidemias, que ocasionaron la muerte de innumerables niños y ancianos principalmente, y que no fueron a mayor debido a la gran labor del doctor republicano Aurelio Ramos Acosta, que posteriormente sería fusilado.
Apenas unas horas antes de la caída de Málaga, y dada la orden de retirada de las fuerzas milicianas, mal equipadas y peor armadas, de los diferentes frentes malagueños, la gran mayoría de la población malagueña y las decenas de miles de refugiados, llegando a calcularse entre 120.000 y 150.000 personas, sintiéndose amenazadas ante las atrocidades que contaban los refugiados de otras poblaciones ocupadas, decidían huir por el único camino posible, la Carretera de Almería. Allí padecieron el terrible calvario de los bombardeos de la aviación y la flota fascista, mientras eran perseguidos por las fuerzas motorizadas italianas, dejando un sendero de miles de cadáveres a lo largo de los cerca de 200 kms. de difícil y terrible camino.
Estos hechos son recordados por Adolfo Sánchez Vázquez: “...las calles que conducían a la carretera se llenaron de gentes que pronto se convirtieron en una multitud heterogénea de hombres y mujeres, ancianos y niños. Iban cargados con todo lo que podían: mantas, colchones, maletas, bultos diversos. La inmensa mayoría se trasladaba a pie, muchos en burros, menos en caballo y menos aún en coches atestados. Pero, en los rostros de todos se expresaban los mismos sentimientos: de ansiedad e incertidumbre(...) y mientras tanto no sólo se hacen presentes los cañones desde el mar, sino otros dos aliados del dolor y la muerte: el hambre y el frío…
...El cielo –el límpido cielo andaluz- es ahora el tenebroso espacio del crimen, desde el cual los trimotores alemanes tiñen la tierra de sangre. Y, por si fuera poco esta alianza del terror del cielo y del mar, en tierra los tanques pisan los talones de los últimos fugitivos de la caravana. Y con esta espantosa convergencia de la muerte por mar, tierra y aire, la columna fugitiva se estremece y estrecha cada vez más. Como fantasmas en la noche última, se arrastran los cuerpos con los pies sangrando, los pulmones secos y las bocas jadeantes, pronunciando una sola palabra que se repite débilmente: Almería, Almería, Almería…”
En estos dramáticos sucesos de la llamada “Carretera de la Muerte”, uno de los episodios más horrorosos de la guerra, destacó en su humanitaria labor, salvando innumerables vidas de malagueños y malagueñas huidas, el doctor canadiense Norman Bethune, de filiación comunista, que con su ambulancia para transfusiones de sangre no paró de trasladar mujeres, niños y ancianos enfermos hasta lugar seguro. De las dramáticas escenas que vivió Bethune cuenta: “los niños envueltos de brazos y piernas con harapos ensangrentados, sin zapatos, con los pies hinchados aumentados de dos veces su tamaño, lloraban desconsoladamente de dolor. Hambre y agotamiento” (...) “Imagínense, cuatro días y cuatro noches, escondiéndose de día entre las colinas ya que los bárbaros fascistas los perseguían con aviones, caminaban de noche agrupados en un sólido torrente, hombres, mujeres, niños, mulos, burros, cabras, gritando los nombres de sus familiares desaparecidos, perdidos entre la multitud”(...) “Muchas ancianas abandonaban simplemente esta lucha se tendían a los lados de la carretera y esperaban la muerte”.
El escritor ruso Ilya Eremburg, enviado a España, escribiría para Izvestia : “Iban mujeres, enfermos, viejos, llevaban niños al brazo. Sobre los niños, muertos de terror, volaban los aeroplanos alemanes. Estaban limpiando a España del pueblo español”.
Asimismo destacaron en la labor humanitaria los enviados del Socorro Rojo Internacional Matilde Landa y la artista Tina Modotti que en Almería se encargaron del transporte y acogida de los evacuados, abasteciéndoles de alimentos, ropas, medicamentos, etc., a quienes es de justicia reconocer, por parte de todos los malagueños y malagueñas su gran labor humanitaria.
Después llegaría la represión brutal y fría, que llevaría a decenas de miles de republicanos, socialistas, libertarios y comunistas a las cárceles, a ser torturados y ejecutados en las tapias de los cementerios y enterrados en fosas anónimas de toda la provincia. En la capital se calculan que más de 3500 hombres y mujeres fueron asesinadas en las tapias del cementerio San Rafael, el tristemente célebre “Batatá” y en más de 10.000 sin contabilizamos los ejecutados en los diferentes pueblos y que integran las numerosas fosas que pululan las localidades malagueñas. Nunca hubo, desde esos instantes, un solo minuto de libertad y democracia en Málaga, la cárcel, la tortura y la muerte fueron la “ley”, mientras duró el gobierno del terror del dictador Francisco Franco y sus aliados, las grandes “familias” de siempre, la Iglesia,…, que tanto colaboraron en la implacable tarea.
Para la mayoría de los dirigentes comunistas malagueños, y de muchos de los militantes del PCE, su destino fue la cárcel, la tortura, el exilio o la muerte. Otros fueron a parar a campos de concentración, batallones de trabajo y a las cárceles. El resto intentó sobrevivir en un medio hostil, donde la organización nunca dejó de existir totalmente y que siempre encabezó la resistencia clandestina a la dictadura.
El Partido Comunista de Andalucía en el marco de este 78 Aniversario de la caída de Málaga y del Éxodo de la Carretera a Almería manifiesta su más absoluta condena de aquel criminal genocidio cometido sobre el pueblo de Málaga, siendo nuestra obligación, ética y moral, el restituir la dignidad, el honor y el buen nombre de todos y todas los asesinados y asesinadas, frente a quienes intentaron e intentan mancillar y borrar de la memoria colectiva de nuestra España.
Consideramos muy insuficiente lo avanzado hasta ahora en nuestro país y que gracias a la labor de los diferentes colectivos memorialistas y también a la gran labor realizada por el exdirector general de Memoria Democrática, Luis Naranjo y su equipo, dentro de la vicepresidencia que encabezada Diego Valderas, se dio un fuerte impulso al recuerdo de este genocidio, consignando diversos lugares del recorrido como Lugares de Memoria y a la coordinación de las movilizaciones que reivindican su memoria contra el olvido.
El PCA hace un llamamiento al pueblo de Málaga para que participen activamente en las marchas y actos que recuerdan este triste acontecimiento de nuestra historia.
El PCA exige Verdad, Justicia y Reparación.
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