Hay
días en nuestra vida que nunca podremos olvidar. Cada quien tiene los
suyos. Yo para mí tengo el día de hoy porque hemos comenzado el estudio
de localización de las fosas comunes y llevo toda mi vida, desde
pequeño, desde que tengo recuerdos, queriendo que esto fuera así para
llegar a recuperar a mi abuelo.
De
pequeño, muy pequeño, cuando desde el llano de la estación hasta el
cementerio todo eran campos sembrados de trigo, cebada y olivos iba con
mi abuela, que me llevaba de la mano, toda enlutada, totalmente de
negro, como todas las mujeres, viudas, madres o huérfanas, que entonces
eran casi todas.
Por
el camino cogiamos las florecillas silvestres y mi abuela hacía un
pequeño ramillete que disimuladamente dejaba sobre el sitio que le
habían dicho que habían arrojado a su marido cuando lo fusilaron. Ese
viaje o paseo, que me parecía lejísimos, que a mí me gustaba y también
me intrigaba, quedó imborrable en mi memoria, cuando supe que íbamos
allí porque mi abuelo, al que llamaban Frasquito el bueno, estaba
enterrado allí.
Muy
pronto, sin saber cómo, sin que nadie me dijera nada, por las palabras
no escuchadas o por los silencios oidos, supe que mi abuelo, por el que
yo me llamaba Francisco, había muerto en una guerra y estaba enterrado
allí, donde mi abuela me llevaba y dejaba aquellos ramitos de
florecillas.
Luego,
más tarde, cuando ya era algo mayor y era, como todos los niños de
aquella época, más adulto que niño, veía a mi abuela llorar y decir que
algún día quería sacar a su marido de allí y enterrarlo en un nicho
bonito con muchas flores. En el año 80, en aquellos años que parecía que
ya íbamos a ser un país reconciliado, honrado, libre y democrático, el
gobierno dio algunas compensaciones a viudas de fusilados. Mi abuela no
quería ni oir hablar de ello. Decía que lo que habían hecho los
fascistas no se pagaba con nada. Se murió el año siguiente y fue
enterrada en un nicho que quiso tener en el patio donde está la fosa
para estar cerca de su marido. Poco antes me había hecho el encargo de
que cuando sacaran a mi abuelo que lo enterrara con ella. Me lo dijo a
mí su nieto, no se lo dijo a su hijo, mi padre, aunque éste también iba
muy a menudo a ver las fosas y cada año, el 1 de Noviembre, desde
siempre, como se dice, hemos llevado un gran ramo de flores, y cuando se
pudo de claveles formando la bandera republicana.
También
mi padre que estaba emocionado con la ley de memoria histórica y con
esta asociación pensando que iba a ver la exhumación de su padre, me
dijo, poco antes de morir hace dos años, que no me olvidara de recuperar
a mi abuelo y enterrarlo con ellos. Así que ayer, día 19 de Junio del
2013, cuando se llevaron los preparativos y sobre mediodía se empezó a
picar el suelo, que parecía de losas pero que era de cemento, pensaba yo
que por fin después de 76 años comenzaba la recuperación de la memoria
de Ronda, de la verdad, la justicia y la reparación.
Pero
ha sido esta manaña, día 20 de Junio del 2013, cuando mi corazón ha
dado un vuelco y mi ánima ha vibrado al ver al arqueólogo sacar con
mucho cuidado la tierra original en la que están enterradas nuestras
víctimas del fascismo. Una tierra roja, suave, limpia, discretamente
húmeda, una tierra viva, la tierra que ha cuidado amorosamente de sus
hijos, asesinados por querer libertad, justicia y bienestar. Tuve la
necesidad de coger un puñado de esa tierra y olerla. Busqué unos botes
pequeños, bonitos, y los rellené con esa tierra sagrada para llevarlos
esta tarde al acto informativo y ofrendarlos a los familiares
descendientes de aquellos mártires honrados y valerosos, republicanos.
Francisco Pimentel
Asociación Memoria Histórica de Ronda
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