Una muestra recuerda la gesta del promotor del servicio de transfusiones en la Guerra Civil
Norman Bethune. La huella solidaria. Centro Cultural de China en España. Calle del General Pardiñas, 73. De 10.00 a 13.30 y de 17.00 a 20.00. Sábados, solo mañanas. Domingo, cerrado. Hasta el 29 de noviembre.
El País - Rafael Fraguas - Madrid 17 NOV 2014
Los héroes son aquellas personas que realizan actos heroicos. No buscan la notoriedad pero sus gestas acostumbran desbordar, por su relevancia, el discreto anonimato. Tal es el caso de un cirujano canadiense, Norman Bethune, enamorado de la vida, apasionado y valiente. Un buen día de 1936, aquel hombre de 46 años, que en su mocedad alternara sus estudios de Medicina con el oficio de leñador, decidió abandonar su cómoda jefatura de servicio del Hospital du Sacre Coeur de Montreal. Le arropaba una práctica hospitalaria intensa e impecable, como especialista en cirugía del tórax, así como la autoría de un manual para cirujanos en situaciones difíciles, ideado cuando se alistó como camillero voluntario en la Primera Guerra Mundial.
De igual modo, Bethune había innovado los materiales de quirófano, además de los tratamientos contra las más graves dolencias pulmonares, de las que había escrito: “La tuberculosis causa más muertes por falta de dinero que por falta de resistencia a la enfermedad”. Aquel aserto denotaba ya, claramente, una enraizada conciencia social que le llevaría a abrazar el comunismo, sin ser hombre de partido. Le movía un lema que escribió entonces sobre el hondón de su pecho: “Me niego a vivir sin rebelarme contra un mundo que engendra crímenes y corrupción”. A su vida, a la de sus compañeros y a su memoria le dedican el Centro Cultural de China en Madrid y la Embajada de Canadá una exposición fotográfica y testimonial, comisariada por Jesús Majada, que da cuenta de su desinteresada entrega solidaria.
Tras extenderse en los sectores populares, demócratas e ilustrados de Canadá, como un verdadero seísmo moral, la noticia de un alzamiento militar de corte fascista contra una República constitucional y popular, Bethune había decidido emprender viaje a España. La halló encendida en una atroz guerra civil, cuyos devastadores efectos Norman quiso mitigar. Para ello se aprestaba a aportar lo más valioso que él poseía: sus conocimientos médico-quirúrgicos, los mismos que se proponía ofrecer a los combatientes antifascistas heridos.
Dicho y hecho. Larga travesía en barco para cruzar un Atlántico siempre bravío, carretera luego, Madrid al fin. Una vez en Madrid, integrado en las Brigadas Internacionales, conversó con las autoridades republicanas y les propuso una idea sorprendente: la creación de una unidad móvil de transfusiones de sangre, una de las primeras en su género, para asistir a los combatientes en los frentes de batalla. La propuesta no solo era inédita, sino que a sus interlocutores les parecía imposible de llevar a cabo.
Pero Bethune no se arredró. Se ofreció incluso a financiarla con sus ahorros. Se le asignó un espacioso piso de la calle de Príncipe de Vergara, que había pertenecido a un diplomático nazi en fuga. Desde allí, asistido por el joven arquitecto Hazen Sise, que a partir de entonces le acompañaría siempre, planearía la operación. Su contribución se llamaría “Servicio Canadiense de Transfusiones de Sangre”.
Adquirió una furgoneta Ford, F-2289-CA; un frigorífico para albergar el plasma; aparatos determinantes del grupo sanguíneo; 175 recipientes especiales, botellas, circuitos de goma, juegos de agujas, desinfectantes… Todo el material necesario para transfundir de manera urgente y segura, sobre el terreno, sangre abundante a los heridos. ¿Cómo obtenerla? Inmediatamente, puso varios anuncios en la Prensa madrileña y a los tres días tenía a la puerta del piso del barrio de Salamanca 2.000 donantes de ambos sexos que se brindaron a facilitársela gratuitamente. Uno de sus destinos fue la Sierra de Guadarrama. El servicio recibía demandas cada vez más frecuentes. A veces, repartía vino entre los donantes.
El prestigio acompañaba a su furgoneta y a los ocho sanitarios que viajaban con él, porque su tarea salvó muchas, muchas vidas. En su diario anotaba: “¡Qué hermoso es el cuerpo humano, qué perfecta cada una de sus partes, con qué precisión se mueven; qué orgulloso y obediente se muestra! Pero ¡qué terrible cuando está destrozado y tiembla como una llama que se consume poco a poco y se apaga al impulso de un parpadeo, como una vela, callada y suavemente…”.
Pasaron ocho meses de trasiego ininterrumpido hasta que las circunstancias llevaron a su unidad de transfusiones hasta Almería. Fue allí donde tras asistir a todos los necesitados de su ayuda, el testimonio de Bethune y sus compañeros, acompañados por las fotografías que tomaron sobre el terreno, se convirtieron en un documento de excepcional valor histórico: fueron notarios del éxodo de decenas de miles de personas -se barajaba la cifra de 150.000- entre niños, mujeres y ancianos en su mayoría, que huían despavoridos de la ocupación a sangre y fuego de Málaga por las tropas franquistas.
Al horror de la huida con enseres y animales, se unía un atroz desconcierto, entre el hambre y la más inquietante incertidumbre: buscaban refugio en la ciudad de Almería, a más de 200 kilómetros de distancia, por caminos, cortadas y vertiginosos taludes hasta los que les había empujado la aviación nazi y fascista italiana, así como a unidades navales desde el mar, que bombardearon a mansalva a quienes de tan fatigosa manera trataban de ponerse a salvo. Norman Bethune contó cuanto vio y gracias a su testimonio, tal vez uno de los episodios más abominables de aquella guerra pudo ser conocido y salir del olvido con el que sus ejecutores trataron de sepultarlo.
El médico canadiense Norman Bethune abandonó España en 1937. “España es una herida en mi corazón que no cicatriza”, escribiría en su libro Heart of Spain. Su siguiente destino, también voluntario, sería China, donde se uniría al Ejército de Mao Tse Tung, en pugna contra la invasión imperialista japonesa. Nombrado jefe médico del 8º Ejército y tras una ardua entrega a los heridos –en una ocasión llegó a realizar, junto con otro cirujano, más de 150 operaciones en apenas una veintena de días-, Bethune, que se cortó con un bisturí un dedo mientras operaba, contraería una septicemia que le arrancó la vida un 12 de noviembre, hace ahora 75 años.