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domingo, 6 de febrero de 2011

Los Carniceros de Málaga (Febrero de 1937)


Hubo cientos de carniceros en aquellos años. El conocido como Carnicerito de Málaga no fue sólo aquel canalla llamado Carlos Arias Navarro

Carlos Tena  para Kaos en la Red-4-2-2011
Vaya por delante que el titular elegido para este artículo no alude a esos honrados profesionales, sino para denunciar una vez más la miseria moral de quienes, como el monarca actual, se niegan a condenar las masacres que la rebelión fascista de 1936, comandada por un genocida, cuya dictadura causó la muerte por ejecución, tortura, hambre o garrote vil, de cientos de miles de ciudadanos, fieles a la legalidad vigente en aquellos años, cuando la República y la libertad se palpaban en todas las comunidades.

En estos días de febrero se cumple un aniversario más del asesinato a sangre fría de miles de hombres, mujeres y niños, cuando huían de Málaga hacia Almería, escapando de la represión habitual ejercida por los amotinados de una buena parte del ejército español, en la que destacaban los generales y jefes procedentes de la nobleza (nunca peor dicho) nacional, la alta sociedad (suciedad, sería más cabal) y demás hordas fieles a ese espíritu tan cristiano, que consistía en desollar o descuartizar comunistas, raptar niños para entregárselos a las familias ricas sin hijos e ir a misa todos los domingos.

El documental titulado Málaga,1937: La Carretera de la Muerte*, con guión y dirección de Juan Madrid*, que el propio autor realizó y presentó en 2006 ante la TV cubana, cuenta la dramática historia (tanto como decenas de casos similares habidos en aquellos tres años de venganza y delirio sangriento) de la toma de Málaga, así como la retirada de una gran parte de la población civil por la carretera de la costa, hacia Almería.

Animo a las jóvenes generaciones para que vean las estremecedoras imágenes del bombardeo que sufrieron aquellas personas, por parte de las tropas franquistas, alemanas e italianas, así como la terrible situación en el interior de la ciudad y el éxodo hacia Almería de una muchedumbre enloquecida de pavor. Es cierto que no existe una cifra exacta del número de desplazados, pero los testimonios recogidos por algunos supervivientes indican que podría alcanzar la de cien mil. Esa columna, de varios kilómetros, fue bombardeada salvajemente desde el aire por la aviación de Hitler y Mussolini, y desde el mar por la armada de Franco.

Uno de los personajes clave en el salvamento de cientos de vidas, fue el médico canadiense Norman Bethune*, adscrito a las Brigadas Internacionales, quien en un alarde de ingenio profesional improvisó un quirófano móvil, con plasma refrigerado, montado en una ambulancia, que sirvió para hacer trasfusiones en las cercanías del frente. Con ese vehículo llegó a Almería y desde allí, cuando supo de la caía de Málaga, puso rumbo a la ciudad, para ayudar a esos miles de refugiados que abarrotaban la carretera. Desde aquel momento no dejó de hacer continuos viajes para, sin descanso ni reposo, transportar, intervenir y curar de sus terribles heridas a decenas de personas con el cuerpo destrozado.

Los horrores de estos hechos (la muerte, el hambre, el cansancio, el miedo, la angustia y la desesperación de los malagueños) quedaron reflejados en el inquietante relato, El crimen de la carretera Málaga-Almería*, que escribió el propio Bethune, ilustrado con veintiséis fotografías de su colaborador Hazen Sise. (Me he tomado la libertad de recoger unos pasajes del relato, justo al final del artículo, con el objeto de que los más jóvenes tengan acceso a ese singular testimonio, hurtado a una inmensa mayoría de ciudadanos que aún confían en este régimen, cuya monarquía jamás ha condenado aquella barbarie)

Hago mío el mensaje que me llega procedente de El Foro por la Memoria Histórica, de Málaga, que como todos los años quiere homenajear a los ciudadanos que intentaron escapar de la muerte segura. Una huida improvisada que fue trampa mortal para miles de inocentes, que caían en el asfalto ametrallados por los rebeldes españoles y los soldados del ejército alemán e italiano, mientras los cruceros Canarias, Baleares y Cervera, bombardeaban a la inmensa caravana que discurría por aquel camino, al filo de la costa, con acantilados que impedían la huida hacia el mar y las playas.

Casi quince mil personas murieron asesinadas, en tanto una cifra parecida desistió y regresó a sus lugares de origen, entregándose a las fuerzas opresoras, pensando que al no haber cometido delito alguno, nada tenían que temer. La realidad fue muy distinta, ya que la mayoría fueron procesados en juicios sumarísimos y condenados a penas que iban de la ejecución inmediata, a las de prisión con más de veinte años de cárcel. Desde 1937 hasta 1957, los fusilamientos que hubo en Málaga fueron incontables.

Estos días se cumplen 74 años de aquellos infames hechos, pero el sarcasmo histórico es que aún no se sabe sino una pequeña parte de la verdad. La sociedad en su conjunto debe conocer lo ocurrido, como prueba de este bestial genocidio contra la población civil, cometido en nombre de un régimen, de un criminal, al que el Rey de España se niega a condenar.

Hubo cientos de carniceros en aquellos años. El conocido como Carnicerito de Málaga no fue sólo aquel canalla llamado Carlos Arias Navarro (que sigue siendo Grande de España, y al que se dedicó un parque que lleva su nombre en Madrid), sino todos y cada uno de los mandos, civiles y militares, responsables de la masacre que recoge el documental de Juan Madrid.

Qué sarcasmo constatar que este régimen, que se dice democrático, exija que para que un partido político sea legalizado, deba condenar previamente la violencia de ETA. La otra cara de la moneda es comprobar que se mantengan intactos miles de símbolos franquistas, haciendo así apología de aquel terrorismo infame, callando ante hechos como los hoy se recuerdan en Málaga y Almería. O condenamos todas las violencias, o rompemos la baraja.
Notas:


2. Juan Madrid (Málaga, 12 de junio de 1947) escritor, periodista y guionista de cine y TV. Licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad de Salamanca, ha sido redactor en diarios y revistas nacionales e internacionales. Ha publicado más de cuarenta libros, de los que algunos se han llevado al cine, como Nada que hacer (Gerardo Herrero, 1987), Días Contados, dirigido por Imanol Uribe (1994) y Tánger, realizada por él mismo. Fue el guionista de la serie de televisión Brigada Central. Ejerce regularmente la docencia en instituciones de España, Francia, Italia, Argentina y Cuba, destacando entre otras la que desarrolla en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (Cuba). Es uno de los escritores de novela negra más considerados por la crítica europea.

3. Norman Bethune (Gravenhurst, Canadá, 1890-1939), descubridor de varias técnicas innovadoras de cirugía (entre ellas la del transporte de sangre para su posterior transfusión), murió de septicemia en China, durante la guerra chino-japonesa, a consecuencia de un corte que sufrió durante una operación de urgencia, bajo circunstancias extremas, ante el avance del ejército imperial japonés, el 12 de Noviembre de 1939. En China se le venera como uno de los grandes héroes nacionales.

4. (Fragmentos extraídos de El crimen de la carretera Málaga-Almería, del Dr. Bethune)

"Los nacionalistas entraron en lo que prácticamente era una ciudad desierta, del mismo modo que habían hecho en cada pueblo y ciudad asediada en España. Imagínense a 100.000 hombres, mujeres y niños, disponiéndose a marchar a pie, en busca de refugio en una ciudad situada a casi 200 kilómetro. Pero era la una única carretera que podían tomar.

Ese camino, limítrofe por un lado con las altas montañas de Sierra Nevada, y por el otro, con el mar, se encuentra sobre la ladera de unos acantilados. La ciudad que deben alcanzar es Almería. El viaje a que esas mujeres, ancianos y niños debían enfrentarse les llevará a 5 días y 5 noches de camino, al menos. No encontrarán alimentos en los pueblos, ni trenes, ni autobuses para transportarlos. Así lo hicieron, aunque tenían los pies repletos de llagas, en tanto los fascistas bombardeaban desde el aire y disparaban desde los barcos de guerra.

Llegamos a Almería con un camión refrigerado, cargado de sangre almacenada en Barcelona. Nuestra intención era continuar hacia Málaga para efectuar transfusiones a los heridos. Allí supimos que Málaga había caído, por lo que fuimos advertidos de no ir más lejos, ya que nadie podía saber ahora donde estaba la línea del frente enemigo, aunque todos estaban seguros de que la ciudad de Motril había sucumbido a las tropas rebeldes.

Salimos por la tarde a las seis por la carretera de Málaga y a unas cuantos kilómetros más allá nos encontramos con una lamentable procesión. Unos cinco mil niños menores de diez años, de los que al menos, mil de ellos iban descalzos y cubiertos con una sola prenda. Estos iban colgados de sus madres o agarrados a sus manos. El incesante torrente de gente llegó a ser tan denso, que apenas podíamos circular entre aquella muchedumbre. A ochenta y ocho kilómetros de Almería nos suplicaron que no fuésemos más lejos, ya que los fascistas estaban justo detrás.

Pensamos que lo mejor era volver y comenzar a poner a salvo los peores casos. Era difícil elegir cuales llevarse, ya que nuestro coche era asediado por una multitud de madres angustiadas y padres que con los brazos extendidos que sujetaban a sus hijos. Sus ojos y cara aparecían hinchados, congestionados tras cuatro días bajo el sol y el polvo.

Doscientos kilómetros de miseria. Cuatro días con sus cuatro noches escondiéndose entre las colinas, caminando de noche agrupados en un sólido bloque, hombres, mujeres, niños gritando los nombres de sus familiares desaparecidos, perdidos entre la multitud.

¿Cómo podíamos elegir entre llevarnos a un niño muriéndose de disentería o entre una madre que nos contemplaba silenciosamente, con los ojos hundidos, llevando contra su pecho a un niño nacido en la carretera hacía dos días?. Muchas ancianas abandonaron, se tendían a los lados de la carretera y esperaban la muerte.

Decidimos vaciar la ambulancia de todo su valioso contenido para crear espacio libre, y llevarnos primero a los niños y a las madres, pero luego la separación entre padre e hijo, marido y mujer se hizo demasiado cruel para poder soportarla. Acabamos por llevarnos a las familias con mayor número de hijos pequeños, y a los niños solitarios de los que había centenares, sin padres. Llevábamos a treinta o cuarenta personas en cada viaje durante tres días sucesivos a Almería, al Hospital del Socorro Rojo Internacional, donde recibían cuidados médicos, comida y ropa.

La inagotable devoción de mis compañeros, el fotógrafo Hazen Sise y de Thomas Worsley, conductor del camión, salvó muchas vidas. Se alternaban para conducir día y noche, ida y vuelta, durmiendo en medio de la carretera entre viaje y viaje, sin comida, excepto pan seco y naranjas.

Y ahora viene la barbarie final. No contentos con bombardear y ametrallar a esta procesión de campesinos indefensos, a lo largo de esta larga carretera, cuando el pequeño puerto de Almería estaba repleto de refugiados, con unas cuarenta mil personas exhaustas creían que en aquel puerto estaba la salvación, fuimos masivamente bombardeados por aviones fascistas alemanes e italianos.

La sirena dio la alarma 30 segundos antes de que cayera la primera bomba. Los pilotos no hicieron esfuerzo alguno por alcanzar los barcos de guerra del Gobierno republicano, que estaban en el puerto, ni por bombardear las barricadas. Deliberadamente, arrojaron diez enormes bombas en el centro mismo de la ciudad, donde dormían apiñados miles de personas sobre la calzada. Después de que hubiesen pasado los aviones recogí en mis brazos a tres niños destrozados, justo enfrente del Comité Provincial para la Evacuación de Refugiados, donde hablan estado esperando a que les dieran una taza de leche y un trozo de pan seco, que era el único alimento.

Fue una verdadera carnicería. Las calles aparecían repletas de cadáveres y moribundos, alumbrada solamente por el resplandor anaranjado de los edificios en llamas. En aquella semi oscuridad, los lamentos de los niños heridos, los chillidos de las madres agonizantes, las maldiciones de los hombres, iban elevándose en un solo grito masivo.

¿Cuál había sido el crimen que esa indefensa población civil para ser asesinados de este modo tan sangriento? Su único delito fue haber votado a un Gobierno, compuesto por personas encargadas de mitigar la abrumadora carga de siglos de codicia capitalista

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